Mi enfermedad se llama insomnio, la tengo desde antes de nacer. Cuando estaba en el vientre de mamá, y las manecillas del reloj ordenaban apagar todas las luces, la pateaba sin parar hasta que se despertaba a decirme "Eres una maldita pesadilla". No me gustaban sus palabras, pero eran mejor que el silencio.

Tal vez por eso no me quiere o a lo mejor fueron todas esas noches en que la miraba fijamente en la oscuridad mientras ella fingía dormir. No sabía que yo le daba miedo. Tampoco sabía que, desde que cumplí tres años, ya estaba buscando un hospital psiquiátrico que me curara.

Lo único que recuerdo de la primera vez que estuve allí es el rosa de las paredes y la gelatina de naranja que sabía a limón. La camisa de fuerza me daba muchas vueltas, me la pusieron cuando robé unas crayolas y dibujé una ventana en mi cuarto. No fue una travesura ni rebeldía, sólo quería ver el cielo .

Mi abuela decía que, si era buena, ahí me iría. El dibujo no funcionó. Tampoco que me portara bien, pero  aún hago nubes en las paredes para que las niñas que no duermen puedan escapar.

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