Hoy no estoy para pingas, y de verdad que no lo estoy. Hace dos años mi abuelo dijo “Ya no soy de este mundo” y empezó a morir en medio de su peor terror: Pasar sus últimos días en un hospital.

Estuvo una semana conectado a una vida donde sus recuerdos eran apenas manchas borrosas, sin su música, sus miles de historias y sin su infinito amor a Dios.

Alfonso fue un hombre sencillo y alegre. Un hombre que durante 86 años me cobijó con un amor incondicional y grandes enseñanzas del clima. Fue mi abuelo, mi amigo y mi padre.

Te fuiste y el mundo sigue siendo el mismo, pero para mí la vida es completamente diferente porque el día que moriste, abuelo, yo quedé huérfana, y por eso es que hoy no estoy para pingas.

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La vida de oficina es una mierda. La mía está llena de mujeres y todos los días debo escuchar grandes desgracias como uñas rotas, príncipes azules que no llegan y dolores premenstruales. Sólo con una persona puedo compartir injurias, blasfemias y malos modos, pero este pequeño oasis laboral tiene los días contados.

El muy cabrón empezó a planear la gran fuga cuando se enteró que le iban a bajar el sueldo. Desde entonces hizo cuentas: Sumó la crisis económica, restó su crisis sexual y multiplicó su desorden de personalidad, y dijo: “No me alcanza”.

Así que se instaló el chip del macho alfa y fue con los jefes a decir "o solucionan esto o me largo". Hubo negociación, estire y afloje, súplicas de una mujer embarazada, amenazas mías y al final una renuncia aceptada.

Se va a largar y va a dejarme a merced de los lugares comunes y las historias vacías. ¡Puta! La vida en la oficina es una mierda…







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