Desde hace dos días, en esta ciudad no hay sol. La lluvia ha llenado las calles y tus flores. Ésas que mi abuelo y yo regábamos muy de mañana, mientras tú dormías soñando con el pueblo al que jamás regresaste.
   
Ayer me habría gustado estar en casa porque el agua duró todo el día, pero regresé muy tarde. No te preocupes, puse todas las macetas a mitad del patio y una silla para que te sentaras a mirar las gotas caer como cuando estabas viva.

Hoy me quedaré aquí, la silla sigue afuera y parece que va a llover. Ven, abuelita, te espero.




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